lunes, 24 de noviembre de 2014

La Espuma del Café

Por Sergio Polo.

Sucedió a principios de verano de 2012. En aquel entonces la prima de riesgo flirteaba por encima de los 500 puntos y, mientras la bolsa se movía en mínimos de nueve años y las agencias de calificación situaban nuestra deuda al borde del bono basura fruto del anunciado rescate financiero a los bancos, nuestros políticos se afanaban en repetir aquella frase que llegó a ser tan manida por mil veces repetida de “España no es Grecia”. Andaba yo tomándome un café en el pub irlandés que hay junto a mi casa con el que hasta hacía bien poco había sido el director financiero de mi empresa, cuando me enteré, en el telediario de las ocho de la mañana, que se había montado una monumental bronca global cuando se había conocido el mensaje de ánimo dado por Rajoy al ministro de Guindos mientras negociaba con sus colegas europeos el mencionado rescate: “Aguanta, España no es Uganda”, le había dicho, como si de esa manera, y al producirse la filtración a los medios, los inversores internacionales fueran a aflojar la acuciante presión a la que sometían a nuestra paupérrima economía. No obstante ya se encargó en el mismo telediario, no recuerdo si Merkel directamente o algún alto funcionario o ministro europeo en su nombre, de rechazar que las ayudas europeas para el rescate financiero se inyectaran directamente en los bancos españoles, con lo que la noticia que le siguió después fue que los pocos puntos porcentuales que la prima, durante las jornadas anteriores, había logrado bajar se habían esfumado de pronto y ésta había vuelto a subir marcando un nuevo récord. Unos días después supe que el ministro de exteriores de Uganda había contestado: “Uganda no quiere ser España” (sic). No obstante, y anécdotas aparte, no quiero que penséis que esta primera entrada al blog que inauguro va a tratar de dirimir si en aquellos momentos España se parecía a Grecia o a Uganda, ni tampoco pretendo que lo hagáis vosotros. En esta primera entrada mi reflexión va a ir sobre otra cosa a mi juicio mucho más importante; como es: la espuma del café. Sí, habéis leído bien, y lo repito por si hubiera alguna duda: en esta entrada voy a reflexionar sobre la espuma del café o mejor dicho; os voy a contar a la reflexión a la que llegué con mi amigo Alfonso Ramos mientras miraba atónito la espuma del café, todavía humeante, tras escuchar, aquella mañana, toda esa sarta de noticias y declaraciones en torno a lo mismo.

En aquel entonces, junio de 2012, una de mis empresas, no la mayor de las que hasta ahora he tenido ni de las que he participado, pero sí la niña mimada por ser la que fundé junto con mi padre diez años antes y donde él estuvo hasta el momento de su muerte compartiendo conmigo, codo con codo, sus alegrías y sus penas, estaba a punto de declararse en concurso de acreedores. Hasta el verano de 2010 había aguantado bastante bien la crisis, marcando el año anterior nuestro récord de facturación, quedándonos muy cerca de los cinco millones de euros. Pero una serie de imponderables fruto de la difícil situación por la que atravesaban muchos de nuestros clientes, y los bancos, “¡Ay!, los bancos”, estrangularon nuestra liquidez haciendo del día a día una tarea que, más que compleja, podríamos llamar insufrible. Yo para aquel entonces ya había tomado la determinación de que quería escribir un libro. Escribir siempre se me había dado bien y disfrutaba haciéndolo; digamos que me relajaba. Y, como no me planteaba acudir a un psicólogo para curar la incipiente angustia que aquella situación me producía, decidí echarme para adelante. Ahora me tocaba elegir el tema. Aquel día, en el Pub irlandés que, como os he dicho antes, estaba al lado de mi casa, mientras removía la cucharilla en el interior de mi taza, alcé la vista y le pregunté a Alfonso:

-        ¿No crees que lo que nos cuentan en el telediario es la espuma del café?

Alfonso me miró, creo que sorprendido, como si no entendiese lo que quería decir.

-       ¿Cómo?- acertó a preguntar.

-       Sí, Alfonso, la espuma del café. ¿Tú ves lo que hay debajo de la espuma?

Alfonso meneó la cabeza de un lado a otro, negando con su gesto.

-       Pues eso. Que lo que nos dicen los políticos en las declaraciones públicas, aquellas que salen en la prensa o en los telediarios, incluso las que ellos mismos se dicen en todas esas reuniones y encuentros bilaterales o multilaterales, en Berlín, en Madrid o en Bruselas, obedecen a una clara intencionalidad donde solo manifiestan lo que quieren manifestar. Debajo de la espuma hay una gran oscuridad, hay una estrategia que sólo ellos conocen y que llevan a cabo como los actores de una función teatral, entre bambalinas, con el fin de cumplir unos objetivos sin ser descubiertos- Alfonso me miraba algo desconcertado-. ¿Quién te dice que todo lo que está sucediendo con la crisis no obedece a un plan gestado por Alemania, por ejemplo?- continué-. Los políticos son maquiavélicos y algunos ambicionan el dinero, otros el poder, la mayoría ambos; y otros, los que están más arriba y se lo creen, aquellos que se llaman estadistas o que piensan que están ahí para completar una misión que les trasciende a ellos mismos como personas en beneficio de su país, ansían la gloria. ¿Quién te dice que Ángela Merkel no ansía llevar a Alemania a ocupar el lugar de hegemonía en el que intentaron situarla sus antecesores Guillermo II o Adolf Hitler?- Alfonso asintió concentrado en lo que le había dicho.

Después de esa conversación, acabamos nuestro desayuno y nos despedimos para seguir con nuestras rutinas. Aunque para mí, casi sin saberlo, todo había cambiado; durante los dos años siguientes ya no pude quitarme de la cabeza lo que se escondía entre aquellas bambalinas, las bambalinas de la alta política internacional, aquellas que subyacían bajo la espuma del café.

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