lunes, 9 de marzo de 2020

LA CRISIS DEL CORONAVIRUS, LA EVOLUCIÓN, Y EL COMPORTAMIENTO DE UN GAS.

Aquellos que me conocéis, sabéis que a veces me gusta buscar semejanzas entre la ciencia y el comportamiento humano. Pues bien, llevo unos días observando -quién no- todo el devenir de acontecimientos provocados por este fenómeno del coronavirus que nos ha declarado la guerra, poniéndonos en solfa, y he encontrado ciertas semejanzas entre nuestro comportamiento evolutivo, el que tenemos ante esta situación, inducido por el miedo y la búsqueda de una salida, y el comportamiento de un gas cuando es calentado. Os lo resumo:

Según uno de los padres de la teoría de la Singularidad tecnológica, Ray Kurzweil, la evolución se asemeja a los movimientos aleatorios de las moléculas de un gas. Estas se mueven sin ninguna dirección aparente, pero, pese a ello, si introducimos el gas en una botella o matraz, al cabo del tiempo todas las moléculas del gas lo habrán abandonado. El cambio producido en este caso por la evolución es igual, es aleatorio y está sujeto a muchísimas variables, pero finalmente siempre acierta para seguir exitosamente el camino adecuado, el que le lleva a su próximo estadio evolutivo.

Para comprender lo que está sucediendo y va a suceder con la crisis del coronavirus y cómo nos va a afectar, no hay nada como volver a la física y hacer un experimento con el susodicho gas introduciéndolo en un recipiente y metiéndole calor. Veremos entonces cómo la velocidad de las partículas aumentará, incrementando la presión y saliendo del recipiente en menos tiempo. Ahora que hemos experimentado esto, nos vamos a la evolución humana, y haciendo un símil con la anterior, con todas las ramas que esta evolución conlleva: política, económica, social y tecnológica, vemos que, como con el gas, muchos de los grandes avances se producen justo después de calentarse el ambiente y aumentar la presión; por ejemplo, cuando hay una emergencia, llámese una guerra. Una guerra -contra un virus, en este caso- calienta el ambiente produciendo miedo, y el miedo es un catalizador que nos hace salir de nuestra zona de confort, moviéndonos más rápido, para buscar la salida. Con la crisis del coronavirus estamos viendo cómo la política se mueve, vertiginosamente, afanándose en contener los contagios, vemos cómo se hacen hospitales en China en tiempo récord o cómo se establecen nuevos protocolos sanitarios. En el campo de la economía vemos miedo, no queremos gastar por lo que pueda ocurrir y ya se aprecia una contracción de la demanda, la gente también tiene miedo a viajar o incluso a trabajar junto a más gente por miedo a los contagios; miedo, miedo, miedo. También se vislumbran posibles crisis en las cadenas de suministro global debido a la paralización de las fábricas chinas, la principal manufacturera del mundo. En el ámbito de lo social la gente no se expone, se lava frecuentemente las manos, se inventa nuevos tipos de saludo, cancela viajes y evita aglomeraciones. Y, por último, en lo tecnológico observamos cómo se trata de contener la propagación mediante el uso de inteligencia artificial y datos masivos, nuevas técnicas de diagnóstico y el desarrollo de una vacuna entre otras cosas. Todo esto, como ya ha quedado patente, no es otra cosa que el estrés o la presión producida por el intento de las moléculas de salir del matraz al haber sido calentadas por el miedo.

Pero ¿qué ocurre cuando el gas finalmente sale del recipiente dando un paso hacia el siguiente?  Pues que, si éste es más grande, rápidamente se vuelve a expandir, enfriándose y acomodándose a la nueva situación, digamos que entra en una nueva zona de confort. Por eso, cuando la humanidad le gane la guerra al coronavirus, es de esperar que hayamos mejorado nuestros sistemas de colaboración institucional para el caso de emergencias globales, que las industrias hayan diversificado sus cadenas de suministro no haciéndolas tan dependientes de un solo país o que hayamos mejorado nuestros hábitos de higiene. Pero, como también ha sucedido siempre con los vencedores de las guerras, una vez nos haya desaparecido el miedo y le hayamos ganado al agente infeccioso, nos embargará un sentimiento de euforia que nos subirá la autoestima, consumiremos y viajaremos más, la economía rebotará fuertemente y nos creeremos invencibles; eso sí, hasta que tengamos que volver a avanzar, evolutivamente hablando, y nos llegue la próxima crisis que nos obligue a cambiar de recipiente. Y así nos pasamos la Historia evolucionando una y otra vez, de recipiente en recipiente, para volver a empezar. 

Pasadlo bien ;)

SP.

sábado, 4 de enero de 2020

EL SECRETO PARA CONCILIAR EL SUEÑO

Querido vecino:

Esta pasada noche me fui a la cama con una profunda sensación de desasosiego que no me dejaba dormirTuve que concentrar mi atención, monopolizada prácticamente durante los últimos días por la política, y dirigirla hacia otros registros más elevados como la belleza y el arte, sólo así logré cruzar el umbral hasta llegar a ese estado de relajación y serenidad que necesitaba para conciliar el sueño. Pero esta mañana, al introducirme de nuevo en esta realidad de todos, que avanza con el día y nos engulle y atropella con sus velocidades de vértigo, me llegó de nuevo la desazón acompañada de un profundo malestar interior que es la causa que hace que en este momento esté aquí escribiendo esto.

Como he dicho en algunas de mis publicaciones, una vez que creí que había llegado el momento de pasar página a la promoción de mi novela ‘El Renacer del Monstruo’ dejé de dedicarle tanto tiempo a la política y a su análisis, fundamentalmente. Desde hace poco más de dos años, mis inquietudes intelectuales están en otra guerra: la del inexorable avance tecnológico y sus relaciones con el pensamiento de Nietzsche -el súperhombre-, la filosofía clásica -la justicia, el alma, la belleza…- y la religión, o las religiones. Es ahí donde me he centrado para intentar averiguar dónde esta el punto de fuga, cómo será, y cuál el camino que nos llevará hasta él -ya os estoy dando algunas pistas sobre lo que tratará mi próxima obra; casi con toda seguridad, un ensayo-. Pero como os digo, mi entripado de estos días, mi desazón, está ahí, de nuevo, por la política: y el problema es que igual que tú, vecino, veo monstruos.

¿Qué va a pasar? No lo sé, dependerá de muchos factores. Puede ser que todo se enrarezca y emponzoñe aún más -y que Dios nos coja confesados-. O tratar de ser prácticos, y hablo de ser prácticos tú y yo, no de Pedro Sánchez, ni de Pablo Casado; ni de Pablo Iglesias, ni de Santiago Abascal; ni de Torra, ni de Junqueras; tú, vecino mío, y yo, única y exclusivamente, al margen de lo que digan o hagan nuestros dirigentes políticos.

Para los que no lo sepáis, me considero liberal; de centro. Esta consideración me permite mirar para ambos lados con empatía e intentar comprender la realidad de unos y otros. Parto de la base de que España tiene una clase política que no la merece. La clase política española, en general, es cortoplacista e interesada y, en la sociedad en la que vivimos, con las prisas de nuestras obligaciones diarias por un lado y la enorme oferta de entretenimiento con la que nos bombardean, por otro, la política no se vive con pensamiento crítico, sino que se ‘hooliganiza’ y se sigue como el que sigue a un equipo de fútbol-: “me da igual lo que hagan o lo que digan, yo soy del ‘beti’ manque pierda y el Sevilla es nuestro enemigo”, podríamos decir. No, vecino, craso error: los partidos políticos no son equipos de fútbol, por más similitudes que tengan.

En mi opinión, Pedro Sánchez no es un buen dirigente -no hablaré de los demás para no extenderme, pero tampoco están mucho más allá-. En mi opinión, Pedro Sánchez ha cruzado una línea roja, que nunca debía de haber cruzado, y es reconocer que en Cataluña hay un conflicto político, sin el apoyo de una mayoría constitucional. Y lo ha hecho ya, delante de todo el mundo y en el Congreso, ya está hecho y no cabe vuelta atrás. 

Haciendo un símil y para que nos entendamos, Pedro Sánchez ha actuado como un piloto de avión suicida que ha enfilado la pista de despegue y ha comenzado a acelerar, y ya no podemos pararlo porque en el avión vamos todos -tú y yo también, querido vecino-. Ahora, si sale investido, habrá que dejarle pilotar un tiempo hasta que el avión despegue y luego ya veremos lo que pasa; ojalá estabilice la nave y pueda volar quedando todo, para muchos, en un mal susto y teniendo en cuenta que, siendo así, logrando despegar, siempre estará la posibilidad de que otro piloto lo sustituya durante el vuelo y lo pueda volver a hacer aterrizar. Pero a estas alturas, con el avión enfilando el punto de no retorno, si no le dejamos despegar, se estrellará. Y no te olvides, querido amigo, vecino, de que dentro del avión también estamos tú y yo.

Por último, y antes de despedirme, amigo mío, seas de la inclinación que seas, yo te recomendaría que, si no eres político profesional ni vives de la política, desconectes de ella: haz deporte, sal a la calle, ve al cine, diviértete, ve series, lee libros, acude al teatro, pinta o escribe, lo que te dé la gana; pero desconecta. En el arte y la diversión está el secreto para conciliar el sueño …y créeme que funciona.

Espero que con esta reflexión nos hayamos ayudado.

Pásatelo bien.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

A LOS CATALANES COMO MI AMIGO



Me comentaba ayer un amigo, residente desde hace muchos años en Barcelona, que las injerencias que él tenía hasta ahora por los acontecimientos que estaban sucediendo en Cataluña no eran muy diferentes a las que yo debía de estar teniendo en Huelva. Me explico: mi amigo vive en un barrio de clase media, tiene familia, una empresa con la que se gana el pan de cada día y un círculo de amistades, la mayoría catalanas, que se relacionan con él con normalidad y que intentan seguir viviendo con esa normalidad, pagando sus impuestos como cualquier ciudadano de nuestro país.

Entonces, ¿cuál es el problema?: el problema, me decía, es que lo que está sucediendo se circunscribe a ambientes radicales que, por mucho que quieran hacernos ver con sus poderosos aparatos de propaganda, no representan a la mayoría de la gente que vive en Cataluña. En las grandes ciudades, donde la contaminación por parte del apartheid independentista ha tenido menos margen -al contrario de lo que sucede en los pequeños pueblos donde es más fácil ser señalado-, la gente sigue viviendo su día a día ‘casi’ como en cualquier otra parte de España. Y digo ‘casi’ porque inevitablemente están preocupados por lo que a partir del día 1 de octubre pueda ocurrir. Su preocupación, me decía mi amigo, está en que se declare la independencia –aunque eso creía que no iba a suceder, al menos de forma factible y reconocida-. Pero también me decía que está muy preocupado por la reacción que pueda tener, a partir de ese momento, la gente del resto de España contra esa mayoría que son como él, tachándolos -al igual que a los ‘cuperos’ y demás radicales del procés- de subversivos y golpistas.

Tras charlar durante más de media hora, colgué el teléfono y tuve ese momento de reflexión en la que me imaginé cómo podría ser la vida de mi amigo y la de tanta gente en Cataluña a partir del día del referéndum. Gente tensionada, excluida y señalada durante muchos años como ‘traïdors’ y ‘botiflers’ allí, y como antiespañol y abnegado secesionista cada vez que salieran o viajaran al resto del país. Gente que viviría para siempre, estuviera donde estuviera -marcada por este despropósito al que nunca deberíamos haber llegado-, en territorio hostil.

Por eso quiero manifestarle todo mi apoyo a la gente de bien de Cataluña. Y a los demás, deciros que no nos dejemos engañar; no todo el mundo en Cataluña es como lo que nos quieren transmitir.

Sinceramente, no me gustaría estar en el pellejo de mi amigo, y desde aquí le mando un fuerte y fraternal abrazo a todos los catalanes que viven pensando y queriendo que España sea, y siga siendo, por muchos años, un gran país; su país.

(Ojalá que se imponga la cordura y todo salga bien)

SP

martes, 24 de enero de 2017

EL DESTINO ES EL QUE BARAJA LAS CARTAS, PERO NOSOTROS SOMOS LOS QUE JUGAMOS (William Shakespeare)

Ayer por la noche tuve una charla muy interesante, con una amiga, en la que estuve recordando parte de mi trayectoria vital. Durante la conversación eché la vista atrás y me vi en mis inicios, cuando empecé a trabajar, con apenas 21 años.

Mucho ha llovido desde entonces, muchas cosas han sucedido en mi vida, pero haciendo un análisis de lo ocurrido concluyo que todo -o casi todo, al menos- ha sido para bien. Durante mi vida profesional y personal, como la mayoría de la gente, he pasado por muchas etapas y situaciones; algunas buenas o muy buenas junto a otras que no comprendía, que veía como sobrevenidas e injustas en aquel momento. Pero si algo tengo claro, hoy en día, es que todas tenían que pasar y que, con perspectiva, como digo y a mi modo de ver, la mayoría suceden para bien, ya que forman parte de nuestra trayectoria vital.

Hablando con esta amiga recordé la primera vez que me quedé sin un duro, vamos que me arruiné; tenía yo 26 años y me había metido a diseñar, con una ingeniería alemana, tras llegar a un acuerdo con Vitafresh (una firma fabricante de zumos participada por ‘El Monte’, luego Cajasol), una máquina dispensadora para sus productos. El zumo iba a estar destinado al mercado “Horeca” -hoteles restaurantes y cafeterías-, y tenía que conseguir, aparte de la funcionalidad, un diseño que fuese lo suficientemente atractivo como para estar situado en la barra de un bar sin desmerecerla ni parecer que desentonase. Tras estar casi un año trabajando en Huelva con dos ingenieros, en mis ratos libres, logramos hacerla funcionar; pero el diseño no estaba a la altura –era rectangular, con aristas vivas, y con un motorcito que movía una biela y un pistón que a su vez golpeaba un recipiente elástico donde estaba el zumo para que no se decantase. No me resultaba atractiva y el ruido que hacía me parecía un estorbo, así que cogí un avión y me fui a Düsseldorf a buscar ayuda. Recuerdo a mi madre el día que me iba, en la puerta del ascensor, llorando. Yo, entonces, no lo entendía.

Desde España había contactado con una ingeniería que diseñaba piezas para las industrias del mueble y del automóvil y, tras convencerles para que me ayudasen, empezamos a trabajar juntos. Estuvimos casi dos años hasta que logramos sacar cinco prototipos que funcionasen, pero una vez concluido ese largo trabajo y cuando ya casi todo estaba hecho, Vitafresh cambió su estrategia comercial y decidió abandonar el mercado de la hostelería y dedicarse al doméstico: nuestro gozo en un pozo, o algo parecido, imagino que fue lo que debería pensar yo o, mejor dicho, lo que sentiría en aquel momento nada más saberlo. Lo que sí tengo claro es que fue un mazazo. Recuerdo que mi socio Joachim Niehaus y yo estábamos consternados; cogimos su coche, y con Winfried –otro ingeniero que trabajaba con él— y con tres prototipos de las máquinas en el maletero, recorrimos media Europa buscando clientes a los que le pudiera interesar. Así fue como llegamos a la sede de Smurfit, en Éperney, una pequeña ciudad, al norte de París, donde estaban las oficinas del mayor productor de cartones del mundo y que, además, era el fabricante de la bolsa y la cajita donde iba el zumo que envasaba Vitafresh. Nos reunimos en una sala inmensa con una señora llamada Isabelle Macé que era la directora de esta empresa para Europa, Oriente Medio y África, y con su equipo de más de veinte comerciales. Tras una larga exposición, con un intenso turno de preguntas por su parte, concluyeron que las máquinas eran fantásticas. En definitiva: les habían encantado. Pero había un problema: habíamos diseñado un producto pensando exclusivamente para el zumo de Vitafresh y, para adaptarlo a otros clientes, había que cambiar algunas cosas. Los cambios que había que hacer, aunque a primera vista pareciesen pequeños, implicaban hacerlas más grandes y esto nos llevaba a fabricar nuevos moldes para la carcasa, el evaporador, y modificar la manera de mantener el frío, algo que habíamos conseguido produciendo una reacción endotérmica a través de una tarjeta ‘Peltier’ de intercambio de electrones. No tengo que deciros que durante ese tiempo Joachim y yo le habíamos dedicado muchísimas horas al proyecto y nos habíamos gastado una fortuna, él más que yo; pero él tenía su empresa y yo me quedé sin trabajo y sin un céntimo. Salimos de aquella reunión cabizbajos, con el ánimo por los suelos, y nos fuimos a cenar a un restaurante en Reims. Durante la cena no recuerdo ni siquiera de qué hablamos. Pero sí que al final de ésta, cuando estábamos tomando los postres, llegó el turno de la máquina y nos enfrascamos en una no demasiado larga, pero sí intensa conversación en la que decidimos que él y yo nos iríamos cada uno por nuestro lado, para nuestras respectivas casas, a descansar, y volveríamos a hablar al cabo de unos meses y ya decidiríamos, entonces, si poníamos de nuevo el proyecto en marcha o no.
Regresé a Huelva resignado, con la sensación de haber fracasado; sin dinero, y sin tener muy claro lo que iba a hacer -corría el mes de enero del año 2000-. A éste le siguieron un par de meses de profunda reflexión, en los que todavía pensaba, diariamente, en cómo podíamos reformar aquella máquina para que cumpliese las expectativas de Smurfit, sin gastarnos ni un céntimo más de lo necesario para que aquello fuese posible y, por otro lado, conseguir el dinero. Así transcurrió el tiempo, pensando y pensando, hasta que un día, caminando por la calle Concepción, me encontré con mi amigo Nicolás, del colegio. Yo le veía bien, estirado y contento, y llevaba una carpeta gruesa, de colores muy llamativos, bajo el brazo. Se me acercó para saludarme y me dijo con mucha seguridad:

-        Sergio, tienes que comprarme un piso en Islantilla; son fantásticos, están muy bien de precio y te puedo asegurar que es una magnífica inversión- apostilló.
Yo le sonreí, sarcástico, y le contesté:
-        Nico, no tengo ni un duro, estoy más tieso que una mojama; acabo de llegar de Alemania y me he gastado todo el dinero que tenía.
Se me quedó mirando, con los ojos entornados, durante unos segundos, creo que algo desconcertado por mi respuesta. Pero una vez se recompuso, me respondió:
-        Pues ayúdame a venderlos y nos repartimos la comisión.
Miré su carpeta y me pareció muy atractiva, recubierta de vivos colores.
-        Déjame ver- le respondí-. Al fin y al cabo –pensé yo-, no tengo nada que perder.

Aquel día le tomé la palabra y ahí comenzó de nuevo a cambiar mi vida: en una semana vendí más de veinte, a la siguiente me fui a Canarias y vendí siete más, luego monté una oficina en el Centro Comercial de Islantilla y, durante los dos años posteriores, fueron doscientas cincuenta y tantas. No obstante, os mentiría si os digo que ya nunca más volví a pensar en la máquina de zumos, ni en Joachim. Pero siempre creí, como os digo, que ahí había cerrado un capítulo de mi vida y había empezado otro.  

Así hasta que ayer, después de la conversación con esta amiga, empecé a notarme intranquilo y me volví a preguntar qué estaría haciendo ahora mi socio, aquel socio que tuve en Alemania y con el que había compartido una gran ilusión repleta de buenos y malos momentos -muchos más buenos que malos, por supuesto-. Sentí, entonces, la necesidad de saber qué periplos y visicitudes habría reservado la vida para él. Y por primera vez, en todos estos años, noté que ese capítulo, al contrario de lo que siempre había creído, había permanecido abierto y no se había cerrado ya que, para cerrarlo, ahora necesitaba referenciarle; saber por dónde andaba, saber que había sido de su vida, de sus negocios, de sus hijos, de su mujer… En definitiva y parafraseando a Shakespeare: conocer qué cartas le habían tocado y cómo las había jugado. Así que esta mañana me levanté temprano y ya sabía lo que tenía que hacer.

Hace unos minutos que he acabado de escribir un correo a una dirección que aparece en la página web de la que creo que todavía es su empresa ‘Ingenieurbüro Niehaus’ - www.niekon.de -; y aquí estoy, esperando a ver. Espero y deseo tener suerte y, esta vez sí, poder contactarle y cerrar un capítulo de mi vida para, con paz interior y tranquilidad de conciencia, seguir abriendo, jugando, y escribiendo otros con las nuevas cartas que, como siempre, tenga a bien presentarme el destino ;).

Seguid en Paz y Pasadlo Bien.

SP.

Por si os interesa, aquí tenéis el enlace a la página web de nuestras máquinas: http://www.niekon.de/pnp/indexs.htm .
Por cierto, P&N Products, S.L., significa Productos de Polo y Niehaus J